David González no es original
Como el resto de la especie humana, David González habla de lo de siempre: que si la soledad, que si el amor, que si la muerte. Los lunes hablará de fútbol, suponemos.
David González habla de lo mismo, sí, pero de otra manera. Cuando recuerda su pasado, no lo hace en términos de divino tesoro o paraíso perdido. La infancia no es inocencia, el niño no es reconfigurado por el adulto de acuerdo con pautas de nostalgia heredada. Para él, la memoria no es invención, sino pensamiento, una ocasión de socavar los cimientos de su propio pedestal: "cinco, seis o siete años: / de ese tiempo seríamos/ cuando dimos con la pistola:/ [...] empezamos,/ por turnos,/ a dispararnos:/ a dispararnos, sí:/ a la tierna y temprana edad de/ cinco, seis o siete años". Ser niño implica sentirse a menudo confuso y casi siempre culpable. Ser niño supone asimilar cantidades obscenas de normas, actitudes y comportamientos que, como mucho, nos permitirán ser ciudadanos de segunda clase en una sociedad que otros han arruinado para nosotros. De niños, estamos en permanente desventaja. Si eso es la inocencia, entonces añorar la infancia es una insensatez: "todavía llevo pantalones cortos: / todavía no ha muerto el dictador: / todavía no descansa en guerra: / todavía llevo pantalones cortos". Son los iconos generacionales a los que nos agarramos para no perder nuestro mísero lugar en el mundo.
Y luego crecemos. Y, aunque parezca increíble, la cosa empeora.
David González es original
Hay ciertas convenciones tan atornilladas al ensamblaje poético que acaban por sacralizarse. Una de las más discretas y por lo tanto dañinas es la manía de colocar las citas inmediatamente a continuación del título del poema. Las palabras de otros son, de este modo, si no una guía de lectura, al menos una contextualización a dos bandas: permiten al autor reconocerse en deuda con una tradición o una inspiración, y al lector situarse en un ángulo óptimo para abarcar una visión lo más amplia posible del espectro cultural y simbólico que se despliega en el poema. Por continuidad y recurrencia, es una de las variedades más consolidadas del intertexto de Genette, lo cual la convierte también en una de las más estáticas y menos interesantes. Casi por definición, en poesía, una cita siempre encabeza.
Denso como un agujero negro, No hay tiempo para libros atrae materia poética o poetizable con una fuerza omnipotente. Las voces salen de gargantas muy dispares, pero a menudo de mujer: la palabra la tiene ellas, desde Margaret Atwood hasta Marlene Dietrich, desde Sharon Olds hasta Calamity Jane, desde Amélie Nothomb hasta Denise Duhamel. En su autoridad se ampara el poeta para enunciar su aquí estoy yo, pero otros hubo antes de mí.
Lo curioso del caso es que ninguno de los invitados hace su brindis antes que el anfitrión: todas las citas se posponen hasta el final de cada poema. En lugar de condicionar nuestro primer contacto con lo que sigue, nos retrotraen hacia una lectura ya consumada, nos hacen reconsiderar nuestra percepción de lo leído. Más que una variante del excutatio non petita, accusatio manifesta, las citas son aquí una ratificación externa de lo que el poeta -parece sugerirse- hubiera dicho de todos modos. A David González no le encabeza nadie. Ni el mismísimo Rimbaud.
[continúa mañana, miércoles 18 de enero de 2012]
Gracias, Gsus.
Gracias, Biel.
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